Por Ivette Estrada
La dicotomía no es vana: erróneamente muchos asumen que un puesto gerencial implica ser amigo de todos e incluso convertirse en terapeuta de los miembros del equipo de trabajo. Hay quienes incluso se autoimponen la utópica tarea de resolver los problemas personales de sus colaboradores.
De manera intuitiva se asumen muchos falsos supuestos del nuevo rol. Pero nadie habla de ellos. Quienes erran no meditan muchos en las causas del fracaso y quienes logran posicionarse bien en este escalafón no suelen divulgar sus hallazgos. ¿Qué verdades se guardan en la cofradía gerencial?
El primero es una paradoja: ascienden en la escala corporativa por tu buen desempeño profesional y brillo personal. Así que los jóvenes profesionistas se empeñan en descollar y acumular triunfos.
Desde la universidad saben que compensaciones, reconocimiento y ascensos se ligan a convertirse en una “estrella”. Y si. Esto suele ocurrir. Lo que nadie dice es que los mejores gerentes deponen su obstinación al reconocimiento y laureles personales en pos de catapultar las habilidades y logros de los otros. Las estrellas corporativas deben renunciar a su propio brillo para obtener los mejores resultados de cada miembro de su equipo.
Pero el paréntesis al ego profesional sólo es el comienzo de la carrera gerencial. El gran mito de ser amigo de todos pronto se resquebraja. El puesto gerencial implica establecer relaciones personales de manera diferente. Cordiales pero distantes.
La razón es una; el trabajo es generar resultados, cumplir métricas y plazos, no buscar decisiones que agraden a todos y los haga querernos. ¡Por qué tenemos tan arraigado el ideal de ser miss simpatía o el amigo de todos?
Ascender a la gerencia también es aprender a poner límites. Esto es: cesan cotilleos y confidencias. Ahora se es parte de la dirección de la empresa y esto implica mantener la información confidencial resguardada, anteponer sesgos personales por el bien de las marcas que se representan, establecer comportamientos y gestión empresarial sobre la camaradería.
La claridad de comunicación es crucial. Desde el principio deben clarificarse necesidades y expectativas en cada puesto de trabajo, establecer límites de actuación y ser puntuales en las fechas de entrega.
En suma: quien aspira a la gerencia debe renunciar a cosas que parecen conspicuas pero resultan trascendentales:
Dejar de ser la estrella del equipo enfocada en sus propios logros para ceder a una tarea más opaca y tal vez menos glamorosa: ayudar a los demás a lograr sus metas.
Buscar ser amado. El rol implica objetivos claros, no lanzarse en pos de la aprobación generalizada.
Entablar comunicación puntual y clara en lugar de charlas intrascendentes de pasillo.
Establecer límites: ya no eres uno más del grupo de camaradas. Ahora deben enfatizarse las metas institucionales.
Por supuesto, renunciar al rol de miss simpatía no implica un viraje absurdo al liderazgo coercitivo o distante, sino a priorizar objetivos, decisiones y políticas alineadas con la visión empresarial. Y esto conlleva empatía e incluso compasión, pero jamás el involucramiento personal. Pero esto nadie te lo dirá.
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